La de cualquier persona, como tú, como ellos, como ellas o como yo.

Acá mis opiniones sobre mí, ustedes y el resto.

lunes, 13 de septiembre de 2010

Odio el fútbol ¿y qué?

Cuando le digo a la gente que me apesta el fútbol, todos me discriminan. Hasta me han tildado de “antipatriota”. A mí no me cabe en la cabeza pasar más de una hora y media frente al televisor viendo como veinte hombres se pasan la pelota de atrás para adelante o viceversa.

No entiendo las reglas ni quiero entenderlas. Esto puede sonar muy arrogante, pero ¿qué esperan que haga?¿Por qué no me aceptan como soy?

Lo peor es que en todos los círculos con los que me he codeado a lo largo de mi vida, siento que hay una pasión por este deporte que va más allá de lo racional y lógico. Bueno, esa es la definición de algo apasionado, no tiene por qué tener lógica o razón.

Sin embargo, mi ignorancia y reticencia a ver y seguir este deporte tan popular, me ha llevado en ocasiones a que me traten como una paria.

En uno de mis tantos trabajos, mis compañeros eran sólo hombres. Todos los viernes a las nueve de la mañana, mi jefe tenía la política de que todos en el departamento nos reuniéramos a puertas cerradas para compartir como camaradas y amigos junto con un buen desayuno y donde se hablaba de todos menos de pega. Claro que este “de todo” era una falacia, sólo hablaban de fútbol. Se sabían todos los nombres de los jugadores no sólo actuales sino aquéllos del año de la cocoa. De hecho, uno de mis compañeros tenía una habilidad sin igual, que superaba sus competencias laborales, para relacionar personas, lugares y objetos con el fútbol. A mí me parecía increíble cómo le salía tan fácilmente este poder para conectar todo con el fútbol, presente, pasado y futuro.

Mis compañeros de trabajo sabían que me desagradaba profundamente el fútbol, y por eso me trataban como una snob, porque yo hablaba de las últimas exposiciones, de mis viajes, de música, de mis idas al Municipal, de cine…Ahora que lo pienso, claro que parecía una snob pseudo-intelectualoide.

Pero me pasó un milagro, meses después se unió a nuestro grupo una nueva compañera. Gracias a Dios, también odiaba el fútbol. Así que de inmediato nos hicimos compinches y el tema del fútbol en los desayunos semanales fue disminuyendo cada vez más.

Para qué decir el aburrimiento que me causó el último Mundial. No se hablaba más que eso: fútbol, fútbol, fútbol. En el trabajo, se permitieron poner sendas pantallas para que todos fuéramos a ver los partidos, especialmente los de Chile. Yo era la única que me quedaba trabajando sola en mi cubículo. ¿Qué sacaba con ir a ver algo que me desagradaba? Prefería trabajar por muy ñoño que esto parezca.

Pero lo que me indigna más, y aquí lo confieso porque nunca lo he dicho en voz alta por miedo a ser atacada tanto física como verbalmente, es que encuentro que nuestro país, en el tema del fútbol, somos unos mediocres. ¡Somos muy malos! No entiendo cómo alguien pensó que llegaríamos a ser campeones mundiales, ni en sueños, ni con un milagro, ni con San Expedito. Somos malos ¿por qué no aceptarlo?

Ya lo dije. Ahí está la verdad. Por eso me causó una molestia física que nuestro Presidente recibiera a la selección con bombos y platillos, con alfombra roja, como si fuera a recibir a un dignatario extranjero y más encima el Bielsa le hizo un desprecio.

Como yo trabajo justo en la Plaza de la Constitución pude ver la recepción de la selección chilena en vivo y en directo. Parecía un triunfo romano, como si llegara un general vencedor de una guerra: banderas por todos lados, papeles picados caían de todos los edificios públicos y privados y la gente aclamaba a nuestros nuevos “héroes patrios”. No tengo nada personal en contra de los jóvenes jugadores, pero ¿héroes de la patria? Arturo Prat debía estar revolcándose en su tumba.

En mi experiencia, las mujeres somos más reticentes al fútbol. Una amiga me contaba cómo este deporte le arruinó la relación con su pareja. Me decía que su pololo era fanático del fútbol: había contratado el canal especial y no se perdía ningún partido, él mismo jugaba dos o tres veces a la semana con sus amigos. Finalmente mi querida amiga, sintiéndose tan ignorada, decidió incorporarse y compartir con su pareja este hobby, esta pasión, para que pasaran más tiempo juntos.

Así lo hizo y un día domingo cualquiera, en el que se jugaba un clásico, su pololo había invitado a sus amigos a un asado para ver el partido. Ella se incorporó, alegre y con la mejor disposición para sentirse parte de la fiebre que su pareja, el amor de su vida, sentía por este deporte.

Pues bien, apenas empezó el partido, todos los amigos estaban con los ojos fijos en la pantalla, no querían perderse ningún movimiento, ninguna patada o falta o lo que fuera. Como mi amiga nada sabía de las reglas, para demostrar interés empezó a preguntarle a su pololo sobre lo que estaba pasando. Para su asombro, él le empezó a explicar en monosílabos y de una forma muy molesta. Lo estaba distrayendo. Me decía que ni siquiera la miraba y que cuando le trataba de explicar algo, apenas movía la cabeza, pero de inmediato se interrumpía con un “chuuu” o “puuuu” y otros epítetos que sus amigos emulaban.

Mi amiga se enfureció, se paró y se fue del living. Me llamó y me dijo que nos juntáramos porque ya no aguantaba más. Me lanzó más quejas de las que quería escuchar, pero lo peor fue cuando me dijo, con los ojos húmedos: “a ese gue--- le gusta más el fútbol que yo”. Yo que no tengo experiencias románticas ni consejos que compartir con mis amigas cuando lo necesitan, sólo le pude hablar con sentido común. Le dije que había hecho bien en intentar integrarse, pero si su pololo no quería que fuera parte de su vida futbolera, tenía que aceptarlo y conversarlo con él.

Mi amiga me llamó dos semanas después y me contó que había seguido mi consejo. Eligió un día en que no había un partido para tener toda la atención de su pareja. Tranquila, me dijo, le explicó que le molestaba “un poco” que la dejara fuera de su círculo y de su vida, por el fútbol, y que cuando intentó compartir con él su “pasión”, supo que no quería que ella fuera parte de eso. Él le respondió: “Pero mi amor, a mí me gusta el fútbol desde que era chico, y es lo único que me saca de toda las presiones que tengo y no significa que te quiera dejar afuera, sino que me gusta tener ese tiempo para mí. Es lo mío. No entiendo por qué te molesta tanto” y punto. Mi amiga se fue de lenguas. Le tiró todo lo que me dijo a mí, pero yo creo que fue mucho peor. La cuestión es que se separaron. Se separaron por el fútbol.

Yo lo encontré un poco exagerado en verdad, porque luego la tonta andaba lloriqueando por todas partes. Claramente ahí había algo más que el fútbol, que no estaba funcionando en la relación, pero no puedo dejar de pensar que la pasión ciega del ex - pololo de mi amiga fue un factor importante para que terminaran.

Si así fue lo encuentro bastante ridículo y superficial, pero como yo soy de esas que son muy fieles con sus amigas, aunque la estén embarrando feo, confirmé mi odio al fútbol chileno, argentino, brasilero, colombiano, inglés, alemán, etc…….-

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